En cada palabra se va un poco de nuestra alma y de nuestra
esencia, como sangre que va fluyendo en cada vocal, en cada silaba.
Es por ello que es necesario tener el alma infinita, para
poder seguir regando ríos de sangre sin morir, aunque el riesgo es que el alma
se cansa, como se cansa el cuerpo, el corazón siente, y la idea que queda el
goce de quien logra disfrutar el alma de escritor.
Aunque hay escritores que logran manipular al lector a su
antojo, logran llevarlos por caminos que desean mostrar, esa es una escritura
inteligente, aunque hay otros escritores que viajan con el lector recorriendo
los mismos caminos, los mismos peligros, las mismas aventuras, ambos con la
infinita posibilidad de reír o de llorar, a ese tipo de escritos los llamaría LOCURA.
Aun así, las almas se comunican y se hablan, y sin conocerse
pueden entablar una conexión, quizás no una comprensible, pero si una muy
sutil, aquella que trasciende los cuerpos que permite recordar ese lenguaje
universal que une a todo con todos, y envuelve cada átomo de la existencia de
esta realidad.
Mientras tanto, con cada intento de definir los
sentimientos, y encasillarlos en cárceles de conceptos, será necesario que
lector se dé a la oportunidad de sentir la posibilidad de desaparecer de manera
inexplicable, instantánea y espontanea de esta realidad, esa corriente
nihilista que lleva al existencialismo mismo de sentir que un escalofrió
recorre el alma y se roba la respiración tras cada segundo que pasa, que sin
aparente coherencia, existe una concordancia que logra ir más allá de las
palabras y darle un aparente sentido al sinsentido que a veces pareciera
recurrente en un día como hoy.
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